¿Qué futuro le depara a estos ejemplares en extinción? Conoce el trabajo conservacionista desarrollado por la Fundación Oso Pardo en la segunda entrega de Viaje interior por la provincia del Bierzo.Más información visitando http://www.elblogdelbierzo.com/
- Oso Pardo en el Alto Sil
Jornada 12ª. Sábado 5 de julio, Palacios del Sil-Villablino-Nacimiento del Sil
El país de Yogui
Desde Ancares hasta Pirineos, siempre hubo osos y osas en la Península Ibérica. Fueron abundantes en zonas como La Cabrera, Picos de Europa o aquí, en el Alto Sil. Pero los furtivos, las minas y las pistas todo-terreno han invadido su hábitat hasta el exterminio: apenas quedan cien osos en toda la Cordillera Cantábrica. Después de años de agonía, el oso es ahora una especie protegida que se recupera poco a poco, gracias al esfuerzo de conservacionistas, como la Fundación Oso Pardo, cuyo delicado trabajo nos parece ejemplar: la filosofía es desarrollar experiencias de gestión de nuestros montes que demuestren la viabilidad de la coexistencia entre las actividades humanas y una población salvaje de osos. Coexistencia es la palabra clave. ¿Somos o no somos capaces de coexistir los humanos con esas delicadas especies animales que el desarrollismo incontrolado ha puesto al borde de la extinción? ¿Somos o no somos capaces de coexistir con lobos, águilas, osos o urogallos?
Mientras escribía este libro, he coleccionado algunas noticias preocupantes sobre la coexistencia entre osos y humanos: “Diez días tras la pista de un oso pardo herido en El Bierzo. El animal lleva enganchado en lazo de acero puesto por furtivos y podría morir estrangulado o de inanición”. [La Voz de Galicia, 23 de agosto de 2008]. “Un oso muere atropellado por un camión en la A-6, cerca de Piedrafita. Según los ecologistas, la Junta de Castilla y León no hace lo suficiente para conservar la especie”. [La Voz de Galicia, 29 de octubre de 2008].
La cuestión de la coexistencia me parece grave éticamente. No creo que la especie humana sea dueña y señora del planeta Tierra y sí creo, en cambio, en nuestra obligación de dejarlo a nuestros hijos en mejor estado que lo recibimos. La pregunta sobre nuestra coexistencia pacífica no es un dilema; sólo cabe una respuesta: tenemos que ser capaces de coexistir. La otra posibilidad es el suicidio ecológico. A este trabajo conservacionista se entrega desde 1992 la ONG Fundación Oso Pardo, con patrullas del oso en varios puntos de la Cordillera Cantábrica: Lugo, Narcea, Somiedo, Riaño, Montaña Palentina. La que nos acompaña hoy en nuestra visita es la Patrulla del Oso Alto Sil, la integran cuatro guardas y actúa en el ámbito del Plan de Recuperación del Oso Pardo en el Occidente leonés.
El oso berciano, osu en Laciana o esbardos si son cachorros, es el oso pardo, una de las ocho especies de osos que viven en el planeta. Se estima que en todo el mundo quedan doscientos mil ejemplares, pero aquí están a punto de extinguirse. Son bichos poderosos, el macho puede llegar a los doscientos kilos; longevos, alcanzan hasta los treinta y cuatro años en estado silvestre y cuarenta y siete años en cautividad. Este oso, cuyas huellas vamos a rastrear hoy, forma parte de nuestra historia. Por supuesto, estaban aquí mucho antes que nosotros, comiendo hormigas, hierba, avellanas, arándanos, escuernacabras, bellotas, ¡y miel! Están en la toponimia popular -Osedo, Osuna, Oseira, Osera, Fontedoso- y en el imaginario infantil, domesticados o amaestrados para el circo. El oso encadenado con una argolla en la nariz, bailando de pie, mientras la zíngara de tez morena toca la pandereta y la niña descalza pasa la gorra. Osos desollados para servir de alfombra, con la cabeza disecada asomando los colmillos fieros. Tuvimos que esperar a los dibujos animados de Hanna-Barbera para que los niños aprendiéramos a amar al oso Yogui, por fin inofensivo. Pero el oso Yogui no es un buen ejemplo: en el parque Yellowstone de EEUU murieron decenas de osos que perdieron el miedo al hombre y se acercaban a comer en los basureros, hasta que los cerraron y prohibieron a los turistas dar de comer a los osos. Por eso, los dibus muestran al oso Yogui y a su amigo Boo-Boo robando la cesta del picnic a los turistas, perseguidos por el guarda forestal, Ranger Smith, mientras la novia de Yogui, Cindy, desaprueba las acciones del oso glotón, ávido de emparedados.
La parábola infantil es didáctica: “un oso que come del hombre está muerto”, explica el biólogo Javier Naves. La última ocurrencia en esta Cordillera Cantábrica donde nos encontramos, es una empresa de Somiedo que organiza visitas turísticas para ver al oso de cerca por mil doscientos euros. En la difícil convivencia entre el ser humano y el oso, el lobo, el águila, el urogallo y otras tantas especies, necesitamos mantener las distancias: respetar su hábitat, que es su alimentación y su vida, y sus costumbres. Durante siglos, los pastores han domesticado los pastos de las brañas hasta la cota más alta permitida por la nieve y las lleras. Hemos cruzado los puertos con carreteras y caminos, hemos clavado balizas y puntos geodésicos, antenas, bases militares como la de Manjarín, campos de tiro como el del Teleno, pistas de esquí como las de Leitariegos o el Morredero, aerogeneradores como los del Redondal… ¿hasta dónde vamos a domesticar la montaña?
El Feixolín: una mina a infierno abierto
- Explotación minera del Freixolín
Nos entusiasma el trabajo científico de la Fundación Oso Pardo y, en este viaje interior, vamos a compartir una jornada de trabajo con la Patrulla del Oso. Toca madrugón. Salimos antes del amanecer desde Páramo por la vieja carretera que discurre paralela al curso del río Sil. La carretera es mala, retorcida como tripa de buey; pero el paisaje es una caricia para los ojos soñolientos.
Nos hemos citado con la Patrulla del Oso a las siete de la mañana a la entrada de Villablino y, cuando llegamos, ateridos, ya nos están esperando los dos guardas, Luis y José, bien abrigados y sonrientes. Aunque los osos se mueven en zonas extensas, los guardas conocen su hábitat al dedillo, dónde comen, dónde duermen, dónde hibernan. Información confidencial. Ya le gustaría a más de un furtivo saber lo que saben Luis y José; pero nosotros hemos hecho un pacto: la Patrulla nos va a guiar en busca del oso sin decirnos por dónde, de modo que no preguntamos.
Amanece, pues, en algún lugar de Laciana, entre Caboalles y Peña Ubiña, una mañana fresca y limpia, lavada por la lluvia de anoche. El jeep de la Patrulla sube por carreteras entre minas a cielo abierto que sangran en la ladera: es la mina del Feixolín, que explota sin ningún escrúpulo MSP. La mina lleva quince años destrozando el valle sin licencia, extrayendo miles de toneladas de carbón de modo ilegal. Quince escandalosos años impunes, con la connivencia de la Junta de Castilla y León: el consejero Pilatos se lava las manos con carbonilla.
El asunto ha llegado varias veces al Parlamento Europeo, donde el eurodiputado de Los Verdes David Hammerstein denunció que la mina a cielo abierto del Feixolín es “el atentado contra la montaña más importante de Europa; hay cuarenta sentencias sin ejecutar y una orden de cierre que no se ha aplicado por presiones a las autoridades. El Feixolín no tiene razón como generador de empleo y riqueza; sólo existe por las subvenciones”. Aunque tarde, demasiado tarde, al fin ha actuado la justicia y, mientras escribo estas líneas, el Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León ordena “clausurar la actividad minera desarrollada por Minero Siderúrgica de Ponferrada en El Feixolín y obliga a restituir el daño ambiental y a la apertura de procedimientos sancionadores”.
Yo pondría al dueño de la MSP y al Consejero de la Junta a reponer con sus propias manos el daño causado por su codicia insaciable, obligándoles a limpiar escombros y plantar árboles durante los próximos quince años. ¿Qué beneficio han sacado El Bierzo y Laciana de esta explotación ilegal? ¿Unos cuantos puestos de trabajo insostenibles? Pan para hoy y hambre para mañana, puestos de trabajo que se destruyen a sí mismos, aunque siempre habrá miopes que sólo miren el corto plazo. Y ahora ¿qué?, ahora que se han llevado el dinero y nos dejan el escombro, ¿qué va a pasar en Villablino? ¡Qué papanatas somos!
Y no hablamos de una zona cualquiera. Hablamos del espacio natural Alto Sil que incluye los concejos de Villablino y Palacios. Estamos hablando de una zona ZEPA (Especial protección para las aves), por la presencia de urogallo, perdiz pardilla ibérica, halcón abejero, aguilucho pálido y cenizo, pito negro y roquero rojo. Hablamos de una zona declarada LIC (lugares de interés comunitario) por la Junta de Castilla y León. Y estamos hablando de que el valle de Laciana, donde está El Feixolín, fue declarado en 2003 reserva de la biosfera por la UNESCO. ¿Para qué sirven tantas declaraciones y tantas protecciones oficiales?
Sólo en la zona del Bierzo, hay más de 6.000 hectáreas de espacios degradados por las explotaciones mineras. La del Feixolín, como muchas otras, sólo ha beneficiado a unos pocos bolsillos y deja a su paso un rastro de destrucción y auto-odio que tardaremos mucho más de quince años en reponer. Que todo esto se haya consentido por nuestras autoridades durante quince años en una zona sensible, de protección del oso pardo y del urogallo, en unos montes que son un verdadero regalo de la Naturaleza, llena de indignación.
Hemos dejado el coche en una revuelta del camino. Anxo y yo contemplamos el paisaje lunar del Feixolín en silencio roto por el runrun de los dumpers y camiones que maniobran en el fondo del cráter. De pronto, nos sobresalta un estruendo etarra, una explosión de dinamita. Otra voladura, una más, a diario. Luis y José se encogen de hombros y nos miran con resignación mientras caminamos hacia el interior del bosque. Ni ellos mismos se explican cómo el oso sobrevive a tantas amenazas. Atropellos, voladuras a cielo abierto cuya onda expansiva retumba en las oseras, y los furtivos, que usan venenos y cepos prohibidos. Nos comentan que, a pesar de todo, los osos han perdido el miedo y se acercan cada vez más a zonas pobladas y hacen sus travesuras: cuando encuentran un colmenar, lo destrozan para darse un festín, como ocurrió hace unos días en Palacios. Los dueños de las colmenas están que trinan, es comprensible, pero el daño es reparable con un coste ínfimo. Es un mal menor y ojalá hubiera en todo el monte cientos y cientos de colmenas y todo nuestro problema ecológico fuera tener que pagar a los dueños las meriendas del oso. Aunque, para convivir con el oso, sería inteligente recuperar las tradicionales albarizas, esas construcciones de piedra frecuentes en algunas zonas de Ancares, Valdeorras y Trives que cayeron en desuso.
Una gota de miel en el labio inferior
En línea con la filosofía conservacionista de la Fundación Oso Pardo, pero anticipándose muchos siglos, las albarizas son un ejemplo de coexistencia pacífica. El ingenio humano supo defender las colmenas y la miel de la gula del oso con simples e inofensivas cercas de piedra, apiarios construidos en las faldas orientadas al sol, protegidos del viento y las heladas, en las laderas suaves donde crecen romeros, tomillos, arándanos y genistas.
- El habitat natural del oso pardo
Mientras caminamos por un sendero frondoso, pienso en la sencillez y el ingenio como recurso ecológico. Dejo que la imaginación vuele de flor en flor, como un enjambre de abejas laboriosas, afanadas en libar el polen y regresar gozosas a la colmena. El prodigio de las abejas, ¿qué hemos hecho para merecer este regalo de los dioses? Y otra pregunta más para mi curiosidad insaciable y para la tuya, goloso ojeador de letras que también gustas de almendrados y melindres: ¿quién habrá sido el primer humano, en el Cuaternario, que probó la miel y tal vez aprovechó la cera?
Repaso mis notas de apicultura y el Catecismo de la abeja del párroco lucense Benigno Ledo: “Según tradición vulgar –escribe Ledo tan contento-, el primero que se dio cuenta de su riquísimo producto, fue un cazador del Cáucaso, en el monte Ahmati Hoh, al norte de Ossatix, el que observó gran número de moscas que, zumbando, penetraban y salían de las cavidades de un gran peñasco. De pronto, a causa de su peso y del calor, se desprendió y vino rodando por las piedras un panal, el cual, al chocar con el suelo, se estrelló, yendo a dar una gota de miel al labio inferior del espectador y, al gustarla, se maravilló de su dulzura”. Y yo me maravillo de la precisión de Benigno: “yendo a dar una gota de miel al labio inferior del espectador”.
Siempre descubriendo el Mediterráneo: el primer tratado de apicultura lo escribió el romano Lucio Junio Columela y luego otro el árabe sevillano Mohamed Ben El Awam, y luego Blasín, el de Rimor, que tenía colmenas en el Moreo. Hete aquí otro hilo conductor de la coexistencia pacífica, sostenible. Leo el primero de los diez mandamientos del apicultor, que son quince: “Familiarizarse con las abejas, para aprender de ellas mucho en todos los órdenes”. Y me siento como el cazador de Ahmati Hoh, fecundado por la savia de la Naturaleza, sembrados los poros de mi piel con polen de urces, ericas y carqueixas.
Pero, ay, también estamos acabando con todo esto, nubes tóxicas y lluvias ácidas navegan de valle en valle, humos y vapores de endesas, cosmos y celulosas van y vienen enviándose sus venenos unas a las otras, fumigamos nuestras huertas y frutales con insecticidas y pesticidas cada vez más potentes que incorporamos inconscientes a nuestra cadena alimenticia. Colmenares enteros han muerto envenenados: su cáncer es nuestro cáncer. Los apicultores gallegos y bercianos han dado hace tiempo la voz de alarma. Cada día hay menos abejas y menos miel indígena. La importamos licuada de terceros países como Méjico o Canadá. Hemos cambiado las cortizas de nuestros abuelos por la granja de san Francisco. Pero le echamos la culpa a los osos.
- Calavera de Oso
Descuida, leedor o leedora que has puesto también una gota de miel en tu labio inferior, no me pierdo ni me distraigo: estamos buscando las huellas del oso por algún valle secreto, entre Caboalles y Peña Ubiña. No son los escasos y hambrientos osos quienes hacen peligrar la cosecha de miel de los vecinos de Palacios o de Corbón, que bien pagada y generosamente les sea. La complejidad del proceso exige una perspectiva global: la supervivencia del ser humano, del oso y de las abejas, y su coexistencia, implica la protección integral del bosque. Y ésa es la verdadera apuesta que nos corresponde. Conservar para las próximas generaciones el bosque berciano intacto, en su plenitud, con acebos y robles, con serbales y abedules, con piornos y gencianas, con águilas en la Aquiana, osos y urogallos en Palacios, lobos y jabalíes en Ferradillo, corzos en La Cabrera y abejas en todas partes.
Mientras caminamos por el bosque fresco, Luis y José desgranan las costumbres del oso y el milagro de su reproducción. La hibernación del oso es una prueba de la sabiduría de la Naturaleza. Las hembras maduras, fecundadas durante el verano por uno o varios machos –son algo promiscuos y les gusta el tema, pues un macho puede copular varias veces al día con una misma hembra-, tienen un embarazo corto, otoñal, y cuando llega el invierno, hibernan en el interior de la osera, alimentándose durante dos o tres meses de las reservas almacenadas en su propio cuerpo. Las crías nacen durante la hibernación y son muy pequeñas, ciegas y sin pelo, como ratas, por lo que durante los primeros meses, bajo un manto de nieve, dependen por completo del calor y el alimento de la madre. Por eso es tan grave que durante la hibernación una osa madre sea molestada por un furtivo o una explosión de dinamita y tenga que abandonar precipitadamente la osera: las crías morirían.
En nuestro paseo por el país de los osos, seguimos rastros mortecinos, huellas de un oso adulto que los guardas de la Patrulla tienen localizado después de horas y horas de espera. Por supuesto, no nos revelan dónde dormita hoy el oso, pero vemos huellas sobre el barro, las garras dibujadas en el tronco de un árbol, excrementos, piedras removidas para comerse los huevos de los hormigueros. Con ayuda de Luis y José, la lectura de las señales resulta prodigiosa y el sendero sombrío, cerca del arroyo, es un libro abierto. Volveremos en otoño.
El nacimiento del Sil
Sil: Según el P. Flórez, España Sagrada, “Sil” y “Miño” (=minio, como la pintura) serían bases etruscas que aluden al color rojizo del barro, tono Médulas, o al ocre del óxido. El Sil es el río con lodos de ese color ocre. Tolomeo consideró que el Miño nacía en Laciana, siendo la rama de Lugo un afluente [J. García]; en tal caso, debiéramos llamar Sil verdadero al río que va desde Peña Orniz hasta A Guarda.
Y volveremos de nuevo en invierno, cuando las nieves cubran Laciana, como hicimos este año en marzo, cuando vinimos para preparar este viaje y quedamos atrapados en Leitariegos por una intensa nevada.
Al día siguiente dormimos en San Emiliano, al pie de Peña Ubiña, y nuestros guías, Pablo y André, nos condujeron hasta La Cueta, el pueblo más alto de León, 1.440 metros. Los más valientes del grupo, Anxo entre ellos, cámara en ristre, se atrevieron a caminar sobre la nieve por la falda de Peña Orniz, en cuya ladera Suroeste nacen las fuentes que forman el río Sil. Los que teníamos agujetas del día anterior, nos quedamos paseando por La Cueta y contemplamos las nieves del Sil en la distancia. El horizonte impresionaba: todas las cumbres nevadas y los valles hasta donde alcanzaba la vista. Con razón el río Sil puede llevarse de aquí el agua y darle al Miño la fama, porque en años de abundancia de nieves, como el de nuestra visita, se acumulan en estas vaguadas lagos enteros, embalses y pantanos a rebosar, mares interiores abrazados a la roca.
Peña Ubiña: o Peña Ubina (de la base prerromana “albinus”, “ubina” = blanco), en alusión al color del manto calcáreo. Aquí sitúa Rabanal el Mons Vindius de Tolomeo, el último refugio de los bercianos que huían de las legiones romanas. O sea, nuestro Sagunto, nuestra Numancia; la Covadonga de la futura República Independiente del Bierzo.
Sólo veíamos nieve dormida; pero me pareció sentir un Sil glaciar en movimiento, una morrena lenta queriendo precipitarse hacia la hoya berciana para transformarse en millones de cerezas, pimientos, manzanas y uvas. En la preparación de nuestro viaje, teníamos que visitar antes las fuentes, el origen. El Sil es el nervio vivo, la columna vertebral que articula y sostiene Laciana, El Bierzo y Valdeorras. El agua del Sil es médula, sangre y savia, torrente de vida limpia. ¡Nos duele tanto verlo sucio, retenido, contaminado, a su paso por nuestros pueblos y ciudades! Desde el mirador impoluto de La Cueta, ensanchados los pulmones de oxígeno, rojas las mejillas de frío, llorosos los ojos por el viento, ateridos de felicidad, nos resulta imposible creer que esta nieve pura va camino de mezclarse, en pocos kilómetros, con pozos negros y alcantarillas, vertederos, residuos, tuberías térmicas y desagües cósmicos.
Nuestras vidas son los ríos, que van a dar a la mar, que es el morir, sí; pero también nuestros ríos son las vidas y son el vivir.